martes, 28 de octubre de 2008

LOS VAGOS, EL OCIO Y LA INDUSTRIALIZACION

En la antigua y eterna Grecia, los hombres dedicados a pensar eran los “ociosos”, aquellos que tenían el espacio y el tiempo para dedicarse a “divagar”, recordemos que escuela viene del griego ‘sjolé’, es decir ‘ocio’ (ing. School). En tiempos de Aristóteles era un privilegio estudiar, tener maestros, tener ocio, tener escuela, ‘sjolé’. Es curioso que miles de años después, esas dos palabras (ocioso y vago) devengan en términos que nadie pretende merecer.

Los griegos se sentirían desconcertados si le dijéramos ocios o vagos en tono represivo, porque en su cultura, los aristócratas (‘aristos’ los mejores) eran los únicos que tenían el tiempo y los recursos para el ocio y la divagación. ¿Desde cuándo estas palabras degeneraron su significado? En la antigua Roma se creía que la ausencia de tiempo libre, sin ocio, impedía a los hombres llevar una vida social y cívica.

En la edad media las jornadas laborales no eran extensas, vemos, por ejemplo que durante el siglo XVI, en las minas de Baviera había de 99 a 190 días feriados al año. Pero fue desde que se instituye una economía basada en la ganancia que empieza a desarrollarse un esfuerzo constante para prolongar las jornadas de trabajo. Así, a partir del s. XIV surge en Gran Bretaña una legislación para impedir las jornadas demasiado cortas, ya en el siglo XVIII nos encontramos en la misma Gran Bretaña con jornadas de trabajo normales de 13 a 14 horas y en 1804, las jornadas de trabajo en las hilanderías inglesas es de 80 horas. Napoleón dijo negando los feriados y el descanso dominical: “como el pueblo come todos los días, se le debe permitir trabajar todos los días”.

Atrás quedaron esos días en que los poderes públicos se apropiaban de las máquinas que condenaban a la mano de obra al desempleo, como en la Inglaterra del siglo XV donde se prohibió la construcción de un molino para cortar madera. “Debo alimentar a mis pobres”, diría el emperador Vespasiano.

El ideal - ¿o el pretexto?- de la revolución industrial era reducir el desgaste humano, maximizar su capacidad de trabajo con el objetivo de darle mayor cantidad de tiempo libre, tiempo para el ocio, para su familia. Ya no tendría que ser esclavo de un trabajo, porque la maquina lo liberaría; pero lo desplazó. El efecto fue inverso, porque una máquina que economiza salarios empuja a los productores fuera de la producción. El ‘maquinismo’ provocó desempleo obrero. Y lo provocó tan directamente que sus víctimas intentaron al principio destruir esas máquinas que los condenaban a la miseria (los luddites en Inglaterra, en Francia).

A partir de la revolución industrial el ritmo de trabajo del hombre tenía que nivelarse con el de la máquina. Después de largas luchas, se establecieron las 8 horas, las vacaciones, los beneficios, los seguros. La teleología, el fin último de la industrialización es una ironía. Ahora es necesario dos trabajos, las tasas de desempleo son altas, las tres cuartas parte de la humanidad vive en la pobreza, cuando hay más riqueza que nunca en la historia de la humanidad.

Ironía. Los espacios para la vida familiar se ven restringidos, incluso los espacios para la propia vida. El trajín del trabajo diario va en detrimento de la reflexión, del ocio, de la divagación. La sociedad ve mal el descanso prolongado, las vacaciones e incluso la siesta. Hay que trabajar, el tiempo es oro, no vida. Mínimos son los espacios para la re-creación, para volver a hacerse, a reconocerse. En esta sociedad del hacer se persigue al que piensa, al ocioso, al vago (en el sentido griego), hay que ponerlos a trabajar.

El acceso a la educación ahora es universal – por lo menos en teoría - pero la escuela es una institución que niega la etimología de su nombre. Hay que estudiar para trabajar, para ser profesional, para ser mejores personas, porque eso nos hace más empleables. Es curioso que en griego, el verbo enseñar se conjuga como ‘dokeo’, que no significa adoctrinar, sino suministrar los recursos necesarios para generar una ‘doxa’, una opinión personal. Eran épocas de preguntas infinitas, del porqué del ser, del hacer, del tener. Ha terminado la época del porqué, para dar paso a la época del para qué.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

recordado conde, brillante resumen de la involucion de nuestro quehacer,un abrazo a la distancia de "un apresurado" que necesita tu lucidez ociosa

Anónimo dijo...

gracias a dios ..tengo un trabajo que me permite el ocio..felicitaciones por el articulo :)