martes, 28 de octubre de 2008

VIVIR LA MUERTE

Quería dormir, no, quiero decir, quería soñar, despierta o en medio del olvido, pero no quería ver sus manos ensangrentadas con la vida de su hijo, ya niño, hijo mío, despierta, mira que viene, que ya llega, que se va. Las ilusiones son sólo fantasmas que hacen de la vida una carga insoportable.

Lamentó esas preguntan tan largas, ininteligibles para quien no había sufrido, tenía sólo 6 años. De sus llantos no tendría recuerdo. Lamentó recordarle tanto a la bella, decirle que las montañas amaron su belleza y que se movieron lentamente hasta formar su figura en el horizonte , y que el sol se avergonzaba de ocultarse tras su presencia, no era digno, y se acostaba rojo, y que las nubes la arropaban, y que no eran frías, sino cálidas como el temple. Lamentó contarle de ese otro lugar donde la bella no envejecía, donde la bella reía todo el tiempo y que en el verano, si es que había verano, miles de mariposas agitaban sus inimaginables alas y refrescaban sus tardes, aunque su niño, el niño de todos, sospechaba que les encantaba contemplar el bello flameo de sus cabellos.

Lamentaba haberle hablado de la eternidad, de ese estado donde no se sufre, donde la risa es eterna, donde las flores no se marchitan. Le encantaban las flores. Los dientes de león, esa flor voladora, la flor ave, le decía. Mamita, juguemos a la eternidad, juguemos a que no morimos, que estos filos no nos hieren, que estas caídas son tan cortas, y corrían por los filos de los abismos, por los lindes de los Andes, si caemos mamita, nos nacerán alas y viviremos en el aire y seremos como un eco alado, y cantaremos y nuestra voz formará ríos, deshacerá horizontes, volaremos sobre el sol y prohibiremos calor a los desiertos y nuestras alas no se derretirán, y cansados, dormiremos en el inmenso vientre de mi hermana.

Juguemos a la eternidad, pero no podían, el sol traía las sombras, llegaba la luna y el mundo era otro. En la eternidad siempre es de día, cuando un sol se oculta otro nace, ¿cómo sería la eternidad sin luz? ¡Es una derrota! La eternidad debe robarle sus beneficios a la vida.

En la inocencia las respuestas son simples, verdaderas, evidentes. Lamentó haber salido o entrado al paisaje, dejarlo correr en un tentador juego con la muerte, correr por el filo de los Andes, dejarse resbalar, dejarse caer, renunciar a sus alas, dejarse esperar por la sima. Lamentó no correr de prisa, que su voz no advirtiera la caída, quiso volar, abrazarlo, pedirle perdón por enseñarle amar a la muerte. La sima es tan honda. Demoró días en llegar, no quería llegar.

Vio sus manos, vi mis manos llenas de él, de mí, porque él soy yo, su sangre es la mía, he decidido caminar desangrándome lentamente, como fueron mis días mientras me dormía en su risa de presencia, su risa que me advertía que su muerte sólo traería tristeza, risa muda. En el jardín las flores ya no despertaban al amanecer ni a la primavera. El otoño se instaló en sus prados y el invierno fue eterno en su corazón. Había muerto mi hijo, había muerto su eternidad, yo no le advertí, que jugar a la inmortalidad es el más mortal de los juegos.

Esos juegos donde la muerte era niña inocente, donde la muerte era el descanso de un cautiverio donde las cosas son como no queremos, donde la realidad se nos impone, donde los recuerdos de quien no está, están tan aquí. Las lágrimas regaron sus reflexiones al concluir, que la inmortalidad es la muerte, que lo eterno es la muerte. El niño tenía razón: sólo la muerte es inmortal.

Pero, cómo es ese otro mundo, cómo es esa inmortalidad, la respuesta es el silencio de quien la disfruta. Jaló la silla, pesaba, que cruz tan singular, veía en su insignificante altura el abismo perfecto a la eternidad, qué caída tan profunda, tan eterna, que a cuesta de esperar le saldrían alas y sería el ave que cruza delante del sol y proyecta su sombra sobre esos otros abismos que el hombre teme en los Andes. Ahorcó un madero con su lazo, abrazó su cuello con delicadeza, ahora respiraría otros aires, pero debía renunciar a este. Saltó con prisa. La eternidad no espera, escucharon los inertes testigos, su muñeca, el fogón, un balde, la puerta entreabierta, los rayos fisgones que se asomaron por las rendijas de esa tarde, la eternidad no espera, dice el viento que ella dijo, y que su voz era más dulce que el canto de los álamos, y que en su voz había más certeza que en la fe.

La eternidad no es una idea, es una experiencia que exige abandonarlo todo; la muerte es una vocación.

2 comentarios:

Erick Alvarado Carrion dijo...

nuestra voz formará ríos, deshacerá horizontes, volaremos sobre el sol y prohibiremos calor a los desiertos y nuestras alas no se derretirán, y cansados, dormiremos en el inmenso vientre de mi hermana,,,,,,la muerte es bienvenida cuando llega sin que la llamen, pero aquella que bien forzada esa una nunca sera placentera,,,,

Anónimo dijo...

de acuerdo con erik...ninguna situacion forzada es disfrutada ..por deseada que esta sea ..lindo relato .me atrapo :)